martes, 17 de marzo de 2009

Ojo de Pez



Hace poco he recibido en mano el último número de la revista trimestral sobre fotografía documental OjodePez, editada por La Fábrica. A parte del mérito que tiene publicar en España una revista de estas características tan especiales, nada tendría de remarcable si no fuera porque este número 16 nos regala una nueva dirección de arte de la mano de Gema Navarro, con un trabajo realmente cuidado en el que su talento ha estado al servicio de la imagen.
Y este es el peligro de editar y diseñar una revista de fotografía: ¿dónde empieza el contenido y acaba el continente? La solución a esta dicotomía tan delicada que parece insalvable se encuentra en todas y cada una de las páginas de esta nueva edición, en la que esta joven diseñadora ha sabido equilibrar diseño e imagen con exquisito tacto para que OjodePez deje de ser una mera colección de fotografías editadas con mejor criterio que acierto.

Estamos agotados de ver revistas de fotografía en las que los despliegues gráficos y los malabarismos digitales no dejan lugar a las propias imágenes. En este nuevo OjodePez, La Fábrica ha tenido el acierto de, siendo fieles a la línea marcada desde el primer número, preservar la dominancia de un lenguaje puramente fotográfico en el que las imágenes no es que hablen ya por sí solas, sino que no se ven entorpecidas por un diseño cualquiera. Ahora, cada página, desde la cubierta hasta los créditos finales, es un despliegue de fuerza narrativa en las que el diseño aprovecha y explota cada átomo de la potencia de cada imagen.
Es realmente gratificante observar cómo el proyecto de Gema ha estado en todo momento cumpliendo la labor del buen estilista, oculto en la escena pero aportando su sabiduría y buen gusto para que todo funcione a la perfección y que cada elemento de lo que muestra esté coordinado de tal manera que nada hable más alto u oculte detalles que son igualmente importantes en el discurso de la imagen global.
Este es el buen diseño: el que da liebre por gato, el que pasa desapercibido a los ojos legos y ofrece un remanso de paz en el que la belleza está al servicio de la función que se le encomienda. Un equilibrio perfecto, una calma narrativa, una arquitectura potente y sutil que anima a volver a acercarse a la fotografía documental que ya nos ofrecía OjodePez.

Y como regalo a las miradas más pervertidas, dos páginas en las que no hay una sola imagen, sino toda ella: un doble índice (el primero general y para el portafolio el segundo) tan brutal y desgarrador como sutil y hermoso.

miércoles, 11 de marzo de 2009

La tipografía se muere



Ya hace bastantes años que resurgió el interés por la tipografía aunque, curiosamente, el impulso lo generó la tan cacareada democratización producida por los medios y sistemas de autoedición. Y digo curiosamente porque son los propios sistemas de impresión digital los que están acabando con la propia tipografía.
Muchos pensaréis que, gracias a esa expansión provocada por la digitalidad, la tipografía está más viva que nunca porque todos manejamos en nuestros ordenadores una cantidad creciente de fuentes tipográficas que se encuentran al alcance de cualquiera, ya instaladas en el propio sistema operativo, ya en páginas como dafont o fontsquirrel… ¡y gratis! Con un panorama así, ¿quién quiere pagar por comprar un archivo digital, que es gratuito?, ¿cómo se puede valorar un trabajo de creatividad, precisión y funcionalidad como la creación tipográfica digital?
Éste es un debate que parece manido y superado hace más de una década, pero creo que éste que vivimos ahora es el momento adecuado para volver a poner en valor una disciplina de la que, los que hemos estudiado a partir del medio digital, no tenemos ni la más remota idea –por mucho que hayamos leído a Morison, Dwiggins o Johnston–.
No quiero caer en la trampa fácil del revisionismo tradicionalista, ni reclamar los textos de William Morris a pie juntillas, ni mucho menos demonizar las nuevas tecnologías; hemos perdido el valor por los objetos y la sensibilidad que nos produce lo físico (algo de lo que ya hablaba el gurú de la digitalidad, Nicholas Negroponte), nos hemos olvidado de nuestra propia condición física y sensual. Es ese plano el que debemos mantener vivo, porque no somos seres digitales, sino corpóreos.

Y mientras escribo sobre esto, hay una pequeña imprenta tipográfica (todos conocemos alguna) que está a punto de cerrar a final de este mes porque ya ni siquiera les encargan recordatorios de boda y comuniones, con lo que sobrevivían a duras penas hasta el momento. Así, una maravillosa Heidelberg de aspas, tamaño folio, junto con una decena de chivaletes mermados por el desgaste y la falta de reposiciones, acabarán convirtiéndose en chatarra, en chatarra digital.

Somos nostalgia, pero me niego a ser olvido. Como yo, me veo rodeado por apasionados (locos, frikis, los llaman) que aún entienden esa máxima famosa de Eric Gill: «Las letras son objetos y no imágenes de objetos». Aún se pueden hacer cosas, aunque sea a nivel individual, para demostrar ese amor que no pretende reconocimiento. Ésta es, por el momento, mi modesta aportación.