viernes, 20 de febrero de 2009

Futurismo: pretérito imperfecto



Hoy hace exactamente 100 años que Filippo Tomasso Marinetti publicó en la portada del diario parisino Le Figaro el texto fundacional y el primer Manifiesto del Futurismo, dando así el pistoletazo de salida al Futurismo italiano y, por extensión, a las Vanguardias históricas del siglo xx; un movimiento aquel cargado de contradicciones, polémico, tendencioso, rupturista y ontológicamente moderno.
No soy muy amigo de celebraciones y onomásticas de este tipo, pero el hecho me ha servido para releer aquello que escribí hace ya cinco años sobre el Futurismo (Tipografismo; pp. 110-117), revisarlo y recontextualizarlo en el momento actual.

Revisión
En el plano artístico y plástico, la mayor aportación de Marinetti fue su teoría sobre las Parole in libertà (1919) y su obsesión por destruir la sintaxis para crear una poseía totalmente nueva en la que las expresiones visuales cumpliesen la función de la gramática clásica. No era ya momento de seguir con las mismas reglas de un academicismo novecentista estático en la época de las máquinas y la velocidad. Pero –primera paradoja– esta forma de ruptura revelaba una estructura perfectamente reconocible, con lo que no se destruía la sintaxis, sino que se creó otra nueva.
Es un hecho histórico de sobra conocido la vinculación final del Futurismo con los ideales fascistas, pero hemos de recordar que el movimiento liderado por Marinetti carecía de una base social y teórica, lo cual suponía una cómoda salida intelectual a todos aquellos que prefiriesen el espectáculo mediático al auténtico compromiso social. El error vino por tanto de confundir la revolución con la violencia, el progreso vinculado al desarrollo tecnológico con la adoración a las máquinas de guerra (consideraban «la guerra como higiene del mundo»), la internacionalización moderna con el imperialismo nacionalista.
No supieron entender, en su afán de lanzarse a la emergente modernidad, el papel del Hombre en el desarrollo del arte, descartando su participación en un mundo mecanizado que –nueva paradoja– ha sido creado por él mismo para su propio beneficio. Sin embargo –otra más–, reclamaban esa energía como surgida de la animalidad del Hombre («nuestro magnetismo animal»), de esa fuerza primigenia que le impulsa desde los albores hacia el futuro.

Recontextualización
Volviendo al presente, creo que es básico repasar ciertos puntos de las enseñanzas futuristas; a saber:

  1. Toda manifestación del Hombre es de carácter político por el mero hecho de que es el contexto social, cultural y económico el que le impulsa a reaccionar de determinadas maneras dependiendo de las circunstancias que dicten dichas manifestaciones. De esta forma, debemos entender que todo acto ha tener una dimensión moral, básicamente porque no estamos solos en este mundo; porque todos nuestros actos, en mayor o menor medida, tienen una repercusión social y, por lo tanto, somos responsables de ellos. La causa última ha de ser siempre la de la Humanidad.
  2. La adoración a la tecnología, vacía de contenido y reflexión, acaba convirtiéndose en mero espectáculo que suele devenir en diversas formas de manipulación de masas. Si los desarrollos tecnológicos no sirven para mejorar nuestra calidad de vida a nivel global, más nos valía habernos quedado en las cavernas. Huir de la ignorancia es el único camino recto hacia el progreso.
  3. La novedad absoluta no es posible tal y como se planteaba en las bases de la Modenidad, ya que resulta descabellado –o, cuando menos, estúpido– obviar las lecciones de la Historia y borrar de un plumazo nuestro pasado pretendiendo crear algo totalmente distinto, simplemente por romper con lo anterior. Luchemos por lo nuevo hasta desfallecer, sí, siempre y cuando sea mejor que lo anterior y no caigamos, cegados por el ansia de la novedad, en los errores pretéritos.
  4. Cuando pretendemos romper y destruir los sistemas antiguos, sin muchas veces ser conscientes, estamos creando otros nuevos que responden al mismo impulso que ha propiciado la ruptura. Sólo siendo conscientes de este hecho fundamental podremos sacar beneficio de la novedad, previo control de la misma y corrección de los fallos previos.
Reflexión
El panorama actual nos presenta así un contexto de desarrollo tecnológico basado en las redes sociales y el intercambio personal, facilitando de esta forma el avance hacia un mundo nuevo y mejor en el que las acciones de «muchos pocos» constituyan un beneficio global futuro del que todos y cada uno habremos de ser responsables. Ser moderno no significa exclusivamente romper de manera radical con el pasado y guardar en el cajón del olvido todo lo anterior, sino crear soluciones que miren hacia el futuro y el progreso colectivo.

Hay que tener cuidado con qué celebramos y por qué; pero aun así, frente a la prepotencia egocéntrica de Marinetti, reclamo la honestidad comercial de Fortunato Depero.



Por cierto, muy recomendable la visión crítica de la catedrática Estrella de Diego, hace un par de días en El País.

jueves, 12 de febrero de 2009

Altermodernidad



Ya tenemos una nueva etiqueta para parcelar la historia, dar carpetazo a lo anterior inmediato y abrir un debate sobre lo actual (que no nuevo). Esta denominación tan oportuna es de Nicolas Bourriaud, teórico del arte, exdirector del Palais de Tokyo de París y comisario de la Trienal 2009 de la Tate londinense que, oportunamente, ha redactado un manifiesto para la ocasión, el cual paso a traducir y comentar sucintamente en las siguientes líneas:

Manifiesto altermoderno
La posmodernidad ha muerto

Una nueva modernidad está emergiendo, reconfigurándose en una era de globalización, entendida en sus aspectos económicos, políticos y culturales: una cultura altermoderna.
El incremento de la comunicación, los viajes y las migraciones están afectando a nuestro modo de vida.
Nuestras vidas cotidianas son trayectos por un universo caótico y torrencial.
El mestizaje ha dejado atrás a la multiculturalidad y la identidad; los artistas parten ahora de un estado globalizado de la cultura.
Este nuevo universalismo se basa en la traducción, los subtítulos y la generalización del doblaje.
El arte actual explora los vínculos entre el texto y la imagen, el tiempo y el espacio, todos ellos entrelazados.
Los artistas responden a la nueva percepción de la globalización. Atraviesan un paisaje cultural saturado de signos y crean nuevos caminos entre las múltiples formas de expresión y comunicación.
La Tate Triennial 2009 que se muestra en la Tate Britain presenta una discusión colectiva sobre la premisa de que la posmodernidad toca a su fin, de que experimentamos el advenimiento de una altermodernidad global.
Aquellos que clamábamos por el fin de la posmodernidad y la recuperación de la cordura moderna hemos pegado brincos, quizás demasiado efusivos, con la noticia anunciada por el señor Bourriaud; y aunque aún estoy esperando que me llegue el catálogo de la exposición, me asaltan de primeras unas pocas reflexiones sobre lo que esta nueva definición tiene de positiva y no tanto.
Seguir añadiendo prefijos a la modernidad da en suponer que aún le debemos demasiado a aquella ola que barrió y definió el pasado siglo xx. Esto podría ser algo positivo per se aunque sin obviar que la modernidad clama por algo siempre nuevo, con lo que nos topamos con la primera contradicción.
En el campo del diseño al menos, la posmodernidad será algo difícil de erradicar, porque ha sido la base sobre la que se ha sustentado la proliferación de los múltiples adjetivos «de diseño» y que ha dado lugar a la mercantilización de una serie de objetos producidos en masa para alimentar una máquina del consumo que, a fecha de hoy, está estancada. Segundo problema, por tanto, cuando la definición viene dada desde el campo del arte y no contempla en absoluto el funcionalismo del diseño.
Bourriaud nos presenta un mundo en el que «los artistas» —y deduzco, por extensión, que todo ser humano— está conectado con el resto del globo por los nuevos medios de comunicación, lo que para él supone una «reconfiguración» que afecta a los «aspectos económicos, políticos y culturales». Tercera barrabasada cuando —y permítaseme un poco de irónica demagogia— no se han resulto aún problemas como el hambre, los recursos hidráulicos, la mortalidad infantil o los enfrentamientos armados; cuando la conexión a la Red está restringida a un limitado sector de la población mundial, que se lo puede permitir; cuando, en el llamado Primer Mundo, hay cada vez más gente por debajo del umbral de pobreza o gente que, con formación y conocimientos sobrados, se reunen en masa frente a las oficinas de empleo.

Podría seguir así ad eternum, pero tengo demasiado aprecio por mi salud como para continuar con este berrinche.

A modo de conclusión:
La Posmodernidad nos enseñó tolerancia, a abrir nuestras mentes a otras concepciones y a validar tanto lo propio como lo diferente, lo otro. De la Modernidad aprendimos el sentido práctico de una disciplina —el diseño— que surge de una necesidad social y que se debe, por lo tanto, a la sociedad y la vida cotidiana; además de que el progreso siempre lo encontraremos hacia delante. Sólo en estos sentidos acepto la denominación de la época actual como altermodernidad; de cualquier otra forma no será más que una etiqueta —otra— para justificar una exposición de arte que cuesta 7,80 £ la entrada.

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Por si alguien se ha quedado con ganas de más, aquí le dejo el vídeo que ha preparado la Tate con una microentrevista a Bourriaud.



También tenéis una lista donde poder seguir el debate en el propio sitio de la Tate aquí.

Se me olvidaba decir que el logo es del estudio parisino M/M.