martes, 29 de abril de 2008

Nuevas revistas «nuevas»



Hace no mucho que han salido dos nuevas revistas dedicadas al diseño en España: Pasajes Diseño y Étapes. En realidad, ninguna de las dos es nueva del todo: la primera es la versión Diseño de Pasajes Arquitectura y Crítica; la segunda es la versión en español de la edición internacional de la revista francesa homónima. Estuve en la presentación en sociedad de ambas (IED Madrid, 3.abr.08; GG Barcelona, 25.abr.08) y lo poco bueno que tienen este tipo de actos tediosos y teatrales es que te regalan un ejemplar. Por eso me puedo permitir ahora hablar de ellas con cierto criterio.

La primera se enmarca dentro de esas publicaciones en las que se integran —con peor o mejor fortuna— la arquitectura, el diseño de interiores, el diseño de productos, la creación audiovisual y un largo etcétera. Este tipo de ediciones ya están en los quioscos españoles con títulos como ON Diseño o Experimenta, por ejemplo.
Adolece, sin embargo, de contenidos excesivamente ligados a la arquitectura y muy poca crítica o reflexión sobre la disciplina. Los textos parecen redactados por periodistas a golpe de teletipo, pero una mente perversa podría pensar que carece de importancia, ya que «a los diseñadores no les gusta leer», como se ha repetido malvadamente hasta la náusea. No hace mucho, alguien me aclaró que «los textos cuestan dinero» y, claro, las editoriales tienen que vivir de algo y los que dedicamos nuestro tiempo «libre» a pensar y teorizar sobre este tipo de cosas ya podríamos regalar nuestras paranoias, ¿no?

Étapes viene a cubrir un hueco que, en el panorama español, sólo estaba ocupado por Visual (la decana de las revistas de diseño españolas, que cumple ahora 20 años). Por contra, es una traslación directa de la edición internacional, en la que la labor de la editora española María Serrano sólo ha conseguido filtrar un par de referencias en la sección de libros y dos textos originales: uno de Raquel Pelta dedicado a Alex Trochut —el autor de la portada— y otro de Anna Calvera titulado «De lo bello de las cosas» (curiosa coincidencia del artículo con el título del último libro que ha editado para GG…).
La edición es impecable, los textos honran la debida solidez, los reportajes son interesantes e ilustran adecuadamente el panorama del diseño gráfico europeo sin caer excesivamente en el amiguismo de otras revistas… pero tener que esperar medio año a que la traduzcan al español (el número 1 de la española es la del nº10, editado en septiembre de 2007) no sé si realmente se compensa con sólo dos artículos originales. Casi prefiero comprarme la francesa y ahorrarme otros tres meses más.

En cualquier caso, lo realmente loable y digno de celebración es que haya iniciativas que aún mantengan la fe en el medio impreso y con intenciones de constancia periódica. Ese mito de que «los diseñadores no leen» debería ser desterrado lo antes posible de aquellas mentes posmodernas que pergeñaron tal etiqueta que, de ser cierta, entraría en contradicción con la realidad editorial. Si partimos del hecho de que las editoriales tienen que ganar dinero, carecería de sentido que publicasen nuevas revistas; es decir, o los diseñadores que leen o a las editoriales les gusta tener pérdidas.

miércoles, 23 de abril de 2008

g[degrafica]



Se acaba de estrenar g[degrafica], la página de Gema Navarro. Está recién salida del horno digital, pero su estilo sencillo y rotundo promete ofrecernos delicias gráficas dignas del mejor gourmet visual.
Ella es una joven diseñadora gráfica, de esas que tienen talento del de verdad. Gema diseña desde la más profunda sinceridad, con un tacto exquisito y un oficio que cada día que pasa en el estudio se va consolidando aún más.
En su aún corta carrera ya acumula una enorme experiencia como diseñadora de plantilla del estudio madrileño erretres, que comenzó en el estudio Loc Arquitectos, realizando proyectos de gran calado en el panorama cultural madrileño. Anteriormente se formó en el IED de Madrid, de lo que soy en parte responsable, completándola con una estancia en la School of Visual Arts de Nueva York. Y, por si fuera poco, fue seleccionada en el certamen Laus de estudiantes del 2007 con su proyecto para el Barrio de las Letras de Madrid.

Tuve la suerte de contar como alumnos con una generación de jóvenes que han demostrado ser enormes diseñadores y mejores personas, combinación que es difícil de conseguir y más aún de reunir un grupo tan numeroso y cohesionado. Muchos de ellos destacan discretamente porque su humildad no les permite reconocer su enorme valía, pero el tiempo hablará. Uno de ellos es Gema; pero hay muchos más.
A modo de colofón tipográfico, suscribo la cita de Enric Jardí que aparece en sus referentes:

En un mundo perfecto, todos los textos deberían componerse sin justificar y a caja izquierda.

martes, 15 de abril de 2008

Consumo (de) diseño



El diseño, como acicate del consumo, tuvo su época de máximo esplendor en la posguerra de la II Guerra Mundial. Tras la explosión de una disciplina nueva, surgida en los entornos del Movimiento Moderno alemán, los depauperados gobiernos implicados en el conflicto se dieron cuenta de que el diseño era una herramienta perfecta para impulsar el consumo y, de esta manera, recuperar una economía en vacas flacas.
Al mismo tiempo, la gran mayoría de los profesores de las sucesivas Bauhaus se vieron en la obligación de emigrar de manera forzosa ante un gobierno nacional-socialista que, a pesar de haber salido elegido «democráticamente» por el pueblo alemán, no era principalmente un dechado de tolerancia y modernidad. Aquellos profesores-artistas-diseñadores recalaron, principalmente, en un par de escuelas estadounidenses: el Black Mountain College y la New Bauhaus de Chicago. Este éxodo supuso el punto de inflexión necesario para que las enseñanzas bauhausianas, que en Alemania eran vistas en su momento como marginales y excesivamente ligadas al arte vanguardista, se internacionalizasen.
El mundo necesitaba olvidarse de los desastres de la guerra más terrible de la historia, necesitaban ocio y novedad. Y la economía estadounidense se percató enseguida de ello, apropiándose de las bases del Diseño Moderno, pero deshaciéndose de las funciones morales que se encuentran en el germen del Movimiento Moderno, por sus «peligrosas implicaciones marxistas». Interesaba que la gente consumiera, no que pensase.
Este cóctel parió un nuevo objeto de consumo, perfecto para una época como aquella: el objeto de diseño. Y todo viene de allá: desde las repercusiones Pop, al International Style, la Posmodernidad ochentera o el diseño universal del siglo XXI. Desde entonces no nos deshacemos de esa coletilla: de diseño. Pero lo que nos gusta…


Todo ésto porque yo también soy un consumidor de diseño. Lo confieso: me pierden esos objetos clásicos de culto (como el sillón de Charles Eames de la imagen de la cabecera), tanto como los nuevos productos que idean pirados maravillosos como los que desarrollan, producen y comercializan Suck UK (el felpudo con el ambigrama lo venden ellos), las herramientas universales Good Grips de OXO International, las genialidades del colectivo Droog Design (la lámpara de las 85 bombillas de abajo es Rody Graumans para Droog) o las locuras maravillosas de atelier v., por citar sólo unos cuantos.



Tengo una larguísima lista de objetos de diseño (v. de deseo) que se pueden encontrar incluso en tiendas como Vinçon o Habitat, sin ir más lejos. Lo digo por si alguien quiere hacerme un regalito… ;-P
Pero que nadie se asuste, el sillón Eames me lo compraré yo; eso sí, cuando encuentre un trabajo que me proporcione el dinero suficiente para sufragármelo así como una vivienda donde quepa y luzca adecuadamente. Para cuando sea mayor, vamos. Más.

domingo, 13 de abril de 2008

Orgullo tipográfico



Todos los días por la mañana hago el mismo ritual: me hago un zumo de tres naranjas, un café con leche y me como un cruasán mientras me bajo el correo y hojeo El País on-line. Dentro de esta rutina, tengo una fijación reconfortante: la viñeta de Forges.
Sin embargo, hoy me he levantado tarde y he ido a comprar el periódico —en papel; el de toda la vida; el de los domingos ociosos; el de verdad—. He caído tarde en la columna de Manuel Vicent, y algo menos en el rincón de Forges. Hoy no me ha hecho reír. Como castellano y como tipófilo, me ha dado que pensar; me he sentido muy inquieto, incluso incómodo.

La castellana es una cultura que tiende a los símbolos. Nos encantan las banderas, los himnos, los blasones, la algarabía visual que a veces se convierte en manifestación insoportable. Este chovinismo carpetobetónico se ha trasladado a un españolismo mal entendido, contaminado por un régimen fascista aniquilador de cualquier diferencia.
Así, cuando desde Castilla reclamamos nuestra identidad, se nos confunde con españolistas intolerantes. No quiero polemizar, pero estoy más que harto de que se confunda mi orgullo castellano —sobre todo desde los mal llamados «nacionalismos periféricos»— con un fascismo que me estomaga y que está en las antípodas de mi sensibilidad.

A aquellos Comuneros que se revelaron contra un rey al que consideraban extranjero, venido de Flandes y desconocedor absoluto de la cultura y la lengua castellanas, tras ser derrotados por las tropas realistas, fueron tratados hasta la ignominia de ver cómo sus escudos de armas eran borrados. Al igual que en la Antigüedad los nombres de los innobles eran raspados de las inscripciones para intentar eliminarlos de la historia, los rebeldes castellanos vieron cómo sus blasones eran picados de las puertas de sus edificios. Se pretendía así, no sólo borrarlos de los anales, sino eliminar su identidad, su carta de nobleza, su orgullo castellano.
Por otro lado, la nuestra, la castellana, es una de las pocas culturas que puede presumir de tener un signo gráfico y fonético, como signo de identidad. ¿Cómo no estar orgulloso de algo así? Pero una pregunta como la que le espeta a esa ñ —blanca y negrita, lustrosa y radiante, inconfundible y orgullosa— un extraño glifo elegido al azar, suena casi discriminatorio, vejatorio y machista (incluso). Sé que no es la intención de Forges, pero me ha dado mucho que pensar.
Además, este glifo es, por añadidura, una ligadura: fruto de la superposición de una n sobre otra para resolver la duplicación en palabras latinas como annus, pasando a convertirse en año; por ejemplo. ¿Cómo no sentirse orgulloso de una belleza gráfica de tal calibre?

No soy regionalista, ni siquiera castellanista. Mi sensibilidad está lejos de ser hispanista y muchísimo menos españolista. Pero se me revuelven los adentros cuando se cuestiona mi identidad. Porque todos tenemos una y ninguna es mejor ni peor que la de los demás. Y yo estoy orgulloso de pasear por mi ciudad y ver los nobles edificios castellanos plagados de blasones picados. Si, además, esa identidad está ligada a un signo gráfico tan hermoso, entiendan que sólo me falte zurear cual palomo en celo.
No me toquen las identidades, que todos las tenemos por unas partes muy sensibles. Soy castellano y estoy orgulloso, ¡qué coño!

miércoles, 9 de abril de 2008

Lletraferits 2008



Todos los años lo mismo por estas fechas: un grupo de «enfermos de la letra» —lletraferits, se hacen llamar— se reúnen en un pueblecito de Lleida para contarse sus paranoias tipográficas. En esta especie de terapia de grupo muestran proyectos en los que están trabajando, comparten experiencias, presentan nuevas ediciones de libros, enseñan esas joyas editoriales-tipográficas que atesoran en sus estudios y bibliotecas… Es decir: sistemáticamente me muero de envidia por no haber podido estar allí.
Si alguien quiere seguir sufriendo por la ausencia, puede ver las crónicas que han hecho Andreu Balius, Cuatrotipos, los propios Lletraferits en su página oficial, así como el flickr de Pep Patau (de unostiposduros), o el de cuatrotipos, de donde está sacada la culigrafía que se muestra arriba. Culo veo, culo quiero, que dice el dicho castellano.